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¡Carbono, mi Amor!

Dominique Guillet

La especie humana se ve ahora confrontada a una elección fundamental: la Revolución Biológica por el Carbono o el Necro-Codex Alimentarius de las multinacionales mortíferas. La Vida o la Muerte.


Articulo 2 de une quadralogia denunciando el engaño del calentamiento global antropico.

Traducción de Mayra Marin y de François Aymonier

Pecado de Carbono

En mi ensayo anterior, “Los Santurrones Recalentados: una nueva histeria religiosa al servicio del Orden Mundial” que retoma la formulación de James Lovelock, otrora genial autor de la teoría Gaia, “una huella ecológica más negra que el pecado”, me planteaba las siguientes interrogantes: ¿para cuándo la confesión pública obligatoria y la revelación de su “huella de carbono”? ¿Y para cuándo los castigos?

La respuesta llegó el mismo día en que mi artículo, un poco provocador, lo admito, intentaba sacudir las bases del pensamiento climático único. El “impuesto al carbono” está ahora entronizado y la foto del apretón de manos entre Cécile Duflot (1) y el señor Sarkozy (2) fue omnipresente, durante varios días, en el sitio Internet del periódico Le Monde. ¿Es ésta una alianza histórica entre las fuerzas del conservadurismo y los verdes? ¿O es una confusión de imágenes y de cartas? Esperemos que los ecologistas políticos se despierten un día de su torpeza climática.

Es cierto que es « revolucionario » imaginar poder aplicar un impuesto a los contaminadores. ¡La energía nuclear, en primer lugar, que en este momento se ve favorecida porque no participa –o al menos es lo que las Autoridades pretenden- al recalentamiento climático antrópico, en salsa CO2! (ver las marchas de protesta contra la prolongación del tiempo de vida de las centrales nucleares, en  Alemania, por ejemplo). Y además “los envenenadores públicos instilan cada día los productos que la química de síntesis entrega a sus ganancias y a sus imprudencias”, como lo decía Roger Heim, el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, en 1965, en su introducción a la obra de Rachel Carson, “La Primavera Silenciosa”, ¡quién fue el primero en denunciar públicamente las ignominias de los pesticidas! Qué rápido pasa el tiempo. A veces tenemos la impresión de repetirnos.

Y además, por supuesto, en el ámbito que nos apasiona antes que todo, el de la agricultura, todos los contaminadores que han hecho de Francia un basurero generador de cánceres: contaminación de las aguas, de los suelos, del aire, de los alimentos, envenenamiento de las abejas, de los pájaros, de la humanidad, en pocas palabras, de toda la biosfera. Esos contaminadores, son los 98% de “agricultores” que no son biológicos (y, por supuesto, todos los organismos de Estado que los han apoyado desde 1945), son las multinacionales de la agroquímica, de la semilla, y de la farmacia (y por supuesto, todos sus cómplices en las administraciones del Estado, desde 1945). Para más información, aconsejamos a los lectores la obra apasionante de Fabrice Nicolino y de François Veillerette “Pesticides, révélations sur un scandale Français”. Sin embargo, el gravamen de la polución agrícola sólo sería una pseudomedida. Lo que sería verdaderamente “revolucionario”, sería su prohibición pura y simple, hoy mismo.

Pues, sin caer en sensiblerías, que cada uno mire a su alrededor: ¿cuántos cánceres, y otras patologías graves, en la familia, en los amigos, en el entorno cercano? ¿Esos cánceres son, si o no, producto del recalentamiento climático antrópico, en salsa CO2?

No es mi objetivo, en este artículo, el comentar las finalidades, las injusticias y otras letanías que acompañan al “impuesto al carbono” y de agregar a la cacofonía ambiente. Deseo evocar, brevemente, la simbología que rodea la denominación “impuesto al carbono”, y más largamente, la urgencia de la regeneración de los suelos, por el carbono.

Cada palabra, en el lenguaje, está cargada de connotaciones, de matices, colores, emociones, evocaciones, perfumes. Pero las palabras, al igual que los ciclos del clima, evolucionan… y a veces se marchitan. El termino “ecología”, por ejemplo, ha sido tan vaciado de su sentido, que dudamos, cada vez más, en utilizarlo.

Es, sin duda, hora de introducir una nueva terminología: “ecosofía”, “gaiasofía”…  o quizás, además, una no-terminología.

En efecto, hace 20 años, los términos “ecología” y “economía” estaban claramente disociados, y eran a veces incluso antinómicos; y sin embargo, con base en sus raíces griegas, significan casi la misma cosa: oikos-logos y oikos-nomia, en las que el término  oikos significa “el hogar”. Hoy en día, es completamente diferente, el “capitalismo verde” ha digerido el concepto y la ecología se ha metamorfoseado, bajo muchos aspectos y muy frecuentemente, en un gigantesco fraude. ¿Y el decrecimiento en todo esto? Para los “conservadores” (esos mismos que no han “conservado” nada desde hace un siglo y que han saqueado toda la biosfera), “la ecología se conjuga con el crecimiento”. El señor Barroso, vocero de los grupos de presión y de las multinacionales, en Bruselas, se ha opuesto fuertemente a esta forma de subdesarrollo durable. “Creced y multiplicaos”, la parábola sempiterna de los panes y de los pescaditos.

El término « impuesto al carbono » ha sido grandemente plebiscitado por todo el mundo político. En cuanto al capitalismo verde, es para éste la oportunidad de colarse en las etiquetas “carbono neutro”, “productos sin carbono”, “vacaciones sin carbono”, “taxis cero-carbono”, “hombre cero carbono” y otras bufonadas.

Como lo dice una publicidad: “Volverse cero carbono, es antes que todo un acto cívico, responsable y solidario”. Pero, francamente, en esas condiciones, ¿quién no va a querer volverse un hombre o una mujer “cero carbono”?

¿Es “el Hombre Cero Carbono” el último Avatar de la sociedad occidental agonizante? ¿Es él la matriz de la humanidad mutante, una entidad de silicio desprovista de carbono, a imagen de los vectores de la realidad virtual?

No se necesita un doctorado en filosofía del lenguaje para presentir que el término “carbono” va a evocar en la imaginación popular, en la conciencia colectiva, el castigo, la contaminación, la culpabilidad, el oprobio social, en síntesis, el Pecado. Apostemos a que una plétora de organizaciones va a emerger pronto, con el fin de ayudar al ciudadano “culpable” a calcular su huella de carbono, a compensar sus emisiones de carbono, en fin, a liberarse de su “pecado de carbono”, “secuestrándolo”, al Villano CO2. “Atmósfera nuestra que estás en los cielos, perdónanos nuestras ofensas de carbono”.

Y sin embargo, el carbono, es la Vida. Es la base de la vida, es el fundamento de ésta, es su infraestructura. El carbono está omnipresente, en la respiración, en la nutrición… El elemento carbono es el más travieso, el más obsequioso, el más vagabundo de todos los elementos. El año pasado, vogaba por encima de un campo de cebada en Alemania; hoy, está en su jarra de cerveza, y en su intestino, y mañana se habrá marchado de nuevo a la atmósfera. El carbono es un gran viajero, pero dotado de una paciencia infinita: puede esperar su hora, durante millones de años, “aprisionado” en una roca. El carbono es también el más exaltado, el más seductor, el más “amante” y el más libertino de todos los elementos (¡Los poetas dirían que es el Kokopelli del mundo de los elementos atómicos!) Se complace en las uniones, las atracciones, las jaculaciones, en los abrazos y en las fusiones. A veces incluso se desvía en “enlaces peligrosos”, al igual que el monóxido de carbono. El carbono es la base de la química orgánica, hay millones de compuestos orgánicos y todos contienen carbono.

Desde un punto de vista simbólico, tasar el carbono, el corazón de la vida, es como tasar la sexualidad, el corazón de la reproducción y del goce orgásmico. La diabolización del carbono, la huella ecológica negra como el pecado, es igual que la diabolización de la sexualidad que ha prevalecido durante dos mil años de monoteísmos. La Muerte, es la Vida sin Carbono.

Algunos van aún a susurrar, con mala cara, que la divagación es fácil y que no hay que “mezclarlo todo”. Y sin embargo, las Autoridades asesinaron a Wilhelm Reich, en su prisión, tanto por su apología del goce orgásmico como por su descubrimiento de energías “alternativas”: seguramente no es, por azar, que Wilhem Reich investigó sobre la atmósfera. Las Autoridades destruyeron su laboratorio e hicieron un auto de fe de todas sus obras. (No, eso no fue en la Edad Media, sino en 1957). La atmósfera nos reserva, en efecto, muchas sorpresas y, para no alimentar la vindicta de nuestros detractores, sólo mencionaremos de paso todas las investigaciones y los descubrimientos de pioneros como Nikola Tesla, Víctor Schauberger y tantos otros, enterradas en el olvido de la historia para no incomodar a poderosos de este mundo.

Pecado de carbono y tabú de sexo, todo está conectado y esto procede del mismo paradigma: la incapacidad de contemplar la Belleza de Gaia, la incapacidad de vivir en co-evolución con el ser planetario. Wilhem Reich percibió en el disfuncionamiento sexual – el resultado de 2000 años de teología de la aniquilación– “el núcleo somático de la triple patología de la humanidad: la incapacidad de amar abandonándose realmente al placer, la incapacidad de autorregularse y la incapacidad de resistir a la dominación autoritarista”

Debido a los temas que deseamos abordar, habría mucho que decir sobre la incapacidad de la sociedad occidental para autorregularse: ella destruye su nicho “ecológico”, como ninguna otra especie de la biosfera, víctima de un mito mortífero: aquel del crecimiento infinito. Y en cuanto a la dominación autoritarista, hay que abrir aún más los ojos y las orejas. ¿Durante cuánto tiempo, todavía, van a tolerar los pueblos que un puñado de algunos cientos de canallas, dementes e inhumanos, transformen este bello planeta Tierra en un Infierno y conduzcan a la humanidad hacia la fase terminal y letal de la “peste emocional”?

 
Los suelos agrícolas: un pozo de carbono agotado.

Después de múltiples peripecias y aventuras, el Planeta  Tierra se lanza en la odisea vegetal, hace 465 millones de años. Así como lo hemos evocado en nuestro artículo precedente, el mundo vegetal se contenta entonces con expresarse en troncos y en tallos, desprovistos de hojas, pues incluso si el nivel de CO2 no está a más de 7000 ppm, es todavía demasiado elevado para que el reino vegetal se permita el lujo de la hoja. Esta situación perdura 40 millones de años, sin hojas, hasta la época dónde la disminución de la concentración de CO2 atmosférico permite a la hoja, tal y como la conocemos actualmente, emerger como vector fundamental de la fotosíntesis. Las plantas con flores aparecen hace 200 millones de años, aproximadamente, y los botanistas comparan esta “explosión” de diversidad con un fuego artificial, equivalente a la explosión Cámbrica, que es la aparición “repentina” de los organismos pluricelulares. Señalaremos, de paso, la incapacidad de los botanistas y otros paleontólogos, para expresarse de una manera que no sea en “metáforas”, demostrando con eso mismo, su dificultad para aprehender los caminos de Gaia.

El hombre aparece sobre la Tierra hace aproximadamente 3 millones de años. Es el hombre salvaje, el cazador, el recolector. Sobre la escala de tiempo gaiano, sólo es un episodio fugaz: los dinosaurios, en comparación, permanecieron sobre la Tierra durante 160 millones de años.

Hace 10000 años, aproximadamente, es el principio de la crisis, la emergencia de la agricultura y de todos sus daños colaterales: los grandes sacerdotes, los ejércitos, los tribunales, las ciudades, los burócratas, en pocas palabras la civilización. Hace un siglo, el proceso de exterminación de los campesinados europeos se pone en marcha por la mediación de carnicerías sabiamente orquestadas bajo los auspicios de las banderas militares. La agricultura se vuelve una agricultura de guerra: tractores que provienen de los tanques, abonos de síntesis provenientes de bombas, pesticidas provenientes de gases de combate…

La agricultura se transformó en un arma de destrucción masiva de la humanidad, arrastrando la totalidad de la biosfera en su estela. ¿Y cuál es el vector privilegiado de esta arma de destrucción masiva? Son los suelos agrícolas, desangrados de carbono y atiborrados de venenos.

En el origen, antes de la emergencia de la agricultura, no sólo había suelos “silvestres”. Los primeros campesinos comenzaron a domar sus suelos, a “domesticarlos”. Esta domesticación, en el siglo pasado, se transformó en una conquista: la agricultura moderna y sintética funciona, ahora, “sin suelo”, simbólica y literalmente. Los suelos agrícolas modernos son, como la lana de roca, la lana de vidrio y otos materiales utilizados por el cultivo en invernadero. La agricultura moderna y sintética, ha salido victoriosa de ese combate contra los suelos: éstos están, hoy en día, biológicamente muertos.

Como lo señalaba muy justamente un artículo del periódico Ouest-France en febrero de 2009: “Los suelos de nuestro planeta mueren de hambre”. Los suelos agrícolas tienen hambre de carbono, tienen hambre de materia orgánica. Sin carbono: no hay vida, no hay micro-organismos,  no hay lombrices.

Contrariamente a la estafa climática, que no es sino una vasta operación de distracción, y fuente interminable de disputas, la situación de los suelos agrícolas es catastrófica.

Según el agrónomo Claude Bourguignon: « En toda Europa, alrededor del 90% de la actividad biológica de los suelos cultivados, ha sido destruida por la agricultura intensiva. Que quede claro: destruidas. Las zonas más arrasadas son la arboricultura y la viña. Ahora bien, la actividad biológica de los suelos es indispensable para el ecosistema. El suelo es una materia viva. En treinta centímetros de profundidad, concentra 80% de los seres vivos del planeta. Solamente las lombrices, pesan más que todos los otros animales del mundo reunidos. Pero los suelos abrigan también bacterias, hongos y una miriada de organismos que se alimentan de la materia orgánica. Ahora bien, en Europa, la tasa de materia orgánica del suelo ha pasado de 4% a 1,4% en 50 años… En Francia, 60% de los suelos sufren erosión. En la actualidad, perdemos en promedio cuarenta toneladas de suelo por hectárea y por año”.

Hay también una diferencia fundamental entre la agricultura campesina tradicional y la agricultura occidental de guerra: la gestión tradicional de los suelos tenía muy poco impacto “directo” sobre la salud de los suelos silvestres. Es completamente diferente hoy en día: los venenos de la agricultura tóxica se han dispersado en los suelos silvestres y siembran allí también el caos.

No es nuestro propósito el promover un alarmismo apocalíptico y desmovilizador. Nos parece, sin embargo, fundamental el resaltar un cierto número de hechos precisos, que no provienen de una simulación de una super-computadora, sino que describen la situación de nuestros suelos agrícolas planetarios, hambrientos de materia orgánica y envenenados.

Lombrices. Las lombrices pueden abundar en tierras fértiles y sanas. Una pradera permanente que no ha sido tratada puede contener entre 150 y 400 lombrices por metro cuadrado, a saber, entre 1,5 y 4 millones de individuos por hectárea, lo que representa una masa de 1 a 3 toneladas de lombrices por hectárea. En comparación, un viñedo o un campo de cereales maltratados por la agricultura industrial y tóxica sólo contienen entre uno y tres individuos por metro cuadrado. Es decir, 130 veces menos.

Erosión. En la escala planetaria, ¿cuál es la cantidad exacta de suelo perdido cada año, debido a la erosión eólica e hídrica? Las estimaciones más bajas son del orden de 25 mil millones de toneladas de suelo por año. Según las estimaciones más altas, son 2400 toneladas de suelo, cada segundo, que se van en el viento o en los océanos, a saber 76 mil millones de toneladas de suelo cada año. Las estimaciones altas nos parecen mucho más probables pues cada año Costa Rica pierde mil millones de toneladas de suelos, la Isla de Java pierde mil millones, Etiopía pierde mil millones, etc, etc.

Según el profesor Pimentel, de 1956 a 1996, hubo 1,5 mil millones de hectáreas de tierra arable que fueron abandonadas debido a la erosión. Esto representa un tercio de las superficies arables del planeta. ¡Los Estados Unidos han perdido, en 150 años de agricultura intensiva, 75% de sus humus! Son 1m50 (150 cms) de humus que se fueron por siempre a los océanos. En zona templada, se necesitan 500 años para producir naturalmente 2,5 cms de humus. Esto quiere decir que la Naturaleza necesitará 30000 años para regenerar este patrimonio húmico en los Estados Unidos.

En Francia, por ejemplo, según la Cámara Agrícola del Pas de Calais, los agricultores de ese departamento pierden entre 10 y 100 toneladas de suelo por hectárea y por año. Cuando la erosión es de 100 toneladas de suelo por hectárea y por año, en los campos de remolacha, eso significa que la Naturaleza necesita 100 años para reparar un año de agricultura intensiva de remolacha y que necesita 2000 años para reparar 20 años de agricultura intensiva de remolacha, con la condición, por supuesto, de que se dejen a estos suelos regenerarse en paz.

En sus escritos, John Jeavons ha evocado la pérdida de suelo en relación con la producción agroindustrial de alimentos: por cada tonelada de alimentos producidos, hay entre 6 y 18 toneladas de suelo que se pierden irremediablemente. En China, por ejemplo, la erosión sería máxima pues la cifra de 18 toneladas de suelo perdido, por tonelada de alimento producido, ya se ha citado. Las cifras oficiales sugieren la pérdida de 5 mil millones de toneladas de suelo cada año en ese país. Se trata de una estimación estrictamente al mínimo.

Desertificación. En la escala planetaria, hay 1370 hectáreas de suelo que se desertifican para siempre cada hora, lo que hace 12 millones de hectáreas cada año, el equivalente a la mitad de la superficie agrícola de Francia. En la India, por ejemplo, hay 2,5 millones de hectáreas que se desertifican cada año. Hacia el año 2000 se estimaba en 150 millones de hectáreas la superficie agrícola de ese país. Eso significa que en el 2060 ya no quedará ni un gramo de tierra arable en la India. Y según algunas estimaciones, lo mismo sucederá en todo el planeta.

Polución de las aguas. En Francia, 96% de nuestros ríos y 61% de nuestros mantos freáticos están contaminados por 230 productos de síntesis: la molécula más presente es la atrazina que genera cánceres (de seno y de ovarios), enfermedades cardiovasculares, degeneraciones musculares, lesiones en pulmones y en riñones, etc.

Destrucción biológica de los suelos. En 2007, el boom de los necrocarburantes fue una bendición, en los Estados Unidos, para los agricultores que practican el método llamado de “labranza cero” (más de 20 millones de hectáreas) permitiéndoles vender sus residuos vegetales a las centrales de etanol. Los llamados residuos vegetales ya no se compostan en los campos, pues los suelos sucumben, se sofocan bajo el asalto de los herbicidas, y otros pesticidas, aplicados en dosis cada vez crecientes en ese tipo de “labranza cero química” que no es sino una vasta estafa y una gigantesca catástrofe ecológica. Los suelos están desprovistos de vida microbiana y se han vuelto biológicamente muertos. Lo mismo sucede en América Latina sobre las superficies agrícolas cultivadas de soya quimérica. Los suelos están tan quemados por el glisofato de Monsanto que no solamente ya no pueden digerir la biomasa residual después de la cosecha, sino que además, necesitan un aporte de abonos nitrogenados; lo cual es el colmo, pues la soya es una leguminosa que fija naturalmente el nitrógeno del aire.

Producción de alimentos-venenos. Hace más de 40 años se escribieron las primeras obras sobre este tema, y desde entonces nada ha cambiado verdaderamente. Aplaudamos la valentía del profesor Dominique Belpomme, autor de numerosos libros sobre las sustancias cancerígenas, mutágenas y reprotóxicas. Los suelos de Martinica están tan arruinados por la clordecona, que las familias han sido prevenidas por el ministerio sobre el riesgo en el que incurren si comen demasiadas hortalizas de su propia huerta, especialmente las legumbres-raíz, ñame, camote, zanahorias, etc. La situación planetaria, en el aspecto de la salud humana, es realmente catastrófica y eso es un eufemismo. ¿Qué más podemos decir? Algunos “científicos” han encubierto esta ignominia durante más de 60 años mientras que ya en 1963, Jerome Wiesner, el consejero científico del presidente Kennedy, había declarado que la utilización de pesticidas es más peligrosa que las repercusiones de las bombas atómicas. A principios de los años 70, el científico italiano Mosca demostró que la utilización anual, en Estados Unidos, de 450 000 toneladas de productos químicos, mutágenos y cancerígenos, representaban el equivalente a 72500 bombas atómicas de tipo Hiroshima. Sus descubrimientos fueron clasificados como “secreto de defensa”.


La Revolución por el Carbono

Para todos aquellos que han adherido al dogma ineludible del recalentamiento climático antrópico, proclamemos la buena nueva, el nuevo evangelio del Carbono.

El Rodale Research Center inició en 1981 una experimentación que abarcaba tres terrenos cultivados: el primero en agricultura convencional química, el segundo en agricultura biológica con leguminosas y el tercero en agricultura biológica con compost. Se publicaron los primeros resultados al cabo de 23 años, en el 2003:

- Ningún aumento de carbono en el suelo en agricultura química

- Un aumento de carbono que varía entre 15 y 28% en los otros dos terrenos,  el mayor aumento se obtuvo con el compost.

El Rodale Research Center deduce a partir de esto, que la agricultura biológica tiene la capacidad para fijar por año y por hectárea, una tonelada de carbono, el equivalente a 3,7 toneladas de CO2. Y esto sin tomar en consideración las reducciones de emisiones de CO2 debidas a las necesidades energéticas inferiores  de la agricultura biológica, que el profesor David Pimentel, de la Universidad de Cornell en el Estado de Nueva York en Estados Unidos, estima en 63% de las necesidades energéticas de la agricultura química. Según esos cálculos, si la totalidad de la superficie agrícola de los EEUU, (a saber 200 millones de hectáreas) fuera reconvertida a la agricultura biológica, esto anularía las emisiones de CO2 de 158  millones de automóviles en EEUU cada año, a saber más de la mitad del parque automovilístico de EEUU.

El “Centro de Gestión y Secuestración del Carbono” de la Universidad de Ohio declaró, frente a una comisión del Senado de EEU en julio del 2003, que la gestión óptima de los suelos de EEUU podía contribuir a la secuestración adicional de más de 2 mil millones de toneladas de CO2. Y esto sólo en EEUU.

Otra pista de trabajo emana de la British Royal Society que ha estimado que 1,2 mil millones de hectáreas de tierra arable del planeta podían “secuestrar” hasta 10 mil millones de toneladas de CO2, a condición, por supuesto, de practicar formas de agricultura sostenible.

En cuanto al escritor agrícola australiano, Grame Sait, él estima que si pudiéramos incrementar en 1,6% la materia orgánica sobre el 8,5% de la superficie del planeta que es cultivada, podríamos secuestrar el equivalente a 100 ppm de CO2 atmosférico. Recordemos que muchos agrónomos consideran que el nivel de materia orgánica no es más de 1,5% en los suelos agrícolas (estimación elevada, sin duda, ya que ciertas tierras están literalmente quemadas) mientras que éste debería ser del 5%.  Se necesitaría entonces un aumento de 3,5% para recobrar un nivel de equilibrio.

¿El equivalente de 200 ppm? ¡La buena nueva de la Revolución por el Carbono!

Cerremos el paréntesis de los “ppm” (un epifenómeno en la escala gaiana) y evoquemos ahora el problema de los “pnpp”, prueba, por si acaso se necesitan aún, de que las autoridades no quieren de ningún modo un suelo vivo.

Después de una lucha de varios años y después de una espera de dos años para que las promesas del Estado Francés se hagan efectivas, las “preparaciones naturales poco preocupantes” (pnpp) a saber, los extractos fermentados de ortiga, de cola de caballo, de helecho, consuelda, etc., están aún sujetos a la aplicación de la ley de orientación agrícola de enero del 2006: toda comunicación sobre ellas es condenable a una multa de 75 000 euros y dos meses de prisión. ¿Ustedes dijeron: “Grenelle” (3)? Vivimos definitivamente una época formidable.

A nuestros bieldos: ¡qué las pilas de compost sean las barricadas fértiles de las insurrecciones venideras! Que los barriles de fermentación sean los calderos mágicos que nos reconecten a nuestras raíces celtas y paganas con el fin de volver a sembrar la tierra de organismos de vida, con la ayuda de las plantas medicinales, nuestras Madres.

¿Cuáles serán entonces, brevemente, los beneficios de esta revolución por el Carbono, a saber, el retorno a una agricultura que recurra al carbono, a la materia orgánica, para producir alimentos?

- Una armonía de los suelos agrícolas vueltos naturalmente fértiles (con el retorno a una concentración en materia orgánica del 5%) y así, el abandono de la necesidad de recurrir a la artillería pesada de los fertilizantes de síntesis, provenientes de la petroquímica. De esto resultará el derrumbamiento económico de las multinacionales de la agroquímica.

- Un crecimiento armonioso de las plantas alimenticias y con esto, el abandono de la necesidad de recurrir a la artillería pesada de los pesticidas (insecticidas, fungicidas, acaricidas…) provenientes de la petroquímica. De eso resultaría el derrumbamiento económico de las multinacionales especializadas en los venenos para las plantas (que algunos llaman “fitosanitarios”, un abuso del lenguaje).

- Una revalorización de las variedades tradicionales, campesinas y hortelanas que  han perdurado durante 10 000 años, y que son las mejor adaptadas para evolucionar en suelos vivos. De esto resultaría el derrumbamiento económico de las multinacionales de la semilla quimérica e hibridada.

- Alimentos exentos de venenos que permitirán reducir drásticamente la epidemia de cánceres y otras patologías graves (mutaciones, degeneraciones, alergias…) y así reducir drásticamente el déficit del “seguro social”. De eso resultaría el derrumbamiento económico de las multinacionales de la farmacia.

¿Habrá que repetir, una vez más, que esas multinacionales de la agroquímica, aquellas de las semillas, de los pesticidas, de la farmacia, de las vacunas, son las mismas: Monsanto, Syngenta, Novartis, DuPont, Bayer, Basf…?

En el repertorio de los beneficios del carbono, habría que mencionar igualmente la salud de los animales de granja, el rescate de las abejas, la regeneración de la biosfera: los pájaros, los abejorros, las mariposas, las ranas…

Y además, mencionar la pureza de las aguas y sobretodo la conservación del agua, uno de los retos más fundamentales del futuro. John Jeavons, de Ecology Action en California, ha probado en su obra “How to Grow more Vegetables” (“El método biointensivo” en su traducción española, y publicado en una decena de idiomas), fruto de 40 años de investigaciones en el campo, que su método de agroecología intensiva permite utilizar hasta un 88% menos de agua que la agricultura tóxica convencional. La agricultura convencional utiliza, en efecto, alrededor de 80% del agua dulce del planeta. Por un kilo de papas: 500 litros de agua, por un kilo de trigo: 900 litros de agua; por un kilo de forraje: 1000 litros de agua; por un kilo de maíz: 1500 litros de agua; por un kilo de arroz: 1900 litros de agua; por un kilo de soya: 2000 litros de agua; por un kilo de carne de res: ¡100 300 litros de agua!).

El método que John Jeavons enseña a los hortelanos es muy simple: sólo se trata de consagrar:

- 60 % de la superficie de la huerta a la  producción de cereales o de plantas de granos, con el fin de generar una abundancia de carbono (maíz, amaranto, quinoa, mijo, trigo, centeno, avena, cebada…) La mayoría de estas plantas van a generar una cierta cantidad de calorías (que no es considerable, pero que es sin embargo, promedio) así como una gran cantidad o una muy grande cantidad, de carbono. Estas plantas son las plantas de fibra, las plantas de carbono.

- 30% de la superficie de la huerta al cultivo de plantas de raíces primordiales como la papa, el camote, el ajo, el salsifi, la chirivía, la yuca… Todas estas plantas van a producir calorías en abundancia.

- 10% de la superficie de la huerta en legumbres verdes y otros frutos (tomates, melones, sandías, chiles dulces…) por las vitaminas y los minerales. De hecho, bastaría incluso con 5%.

Esta práctica, a saber, el cultivo de 60% de plantas de carbono, permite generar entre 7,5 y 15 kg, de materia seca compostable (carbono) en una parcela de 10m2 con el fin de generar una fertilidad del suelo que sea sostenible en la totalidad de las superficies de la huerta.

La lista de prácticas agroecológicas que permiten regenerar los suelos agrícolas es larga: el compost, los abonos verdes, la MRF, los microorganismos del profesor Teruo Higa, la agricultura de Fukuoka, la permacultura, las preparaciones de la biodinamía, los purines de ortiga y otros extractos fermentados, etc.

Y, por supuesto, la Terra Preta, «Black Earth », las tierras “negras” de Amazonia. Si hay una técnica que ilustra de maravilla nuestra idea, la Revolución por el Carbono, es ciertamente ésta. El marco de este artículo no nos permite desarrollar esta técnica casi milagrosa (desde el punto de vista de la ciencia, que desde hace 20 años no ha logrado penetrar sus misterios) y remitimos al lector a artículos que se encuentran en la red o al capítulo consagrado a este tema en la obra “1491” y a un artículo de Bernard Leclercq, de Auroville en India, sobre el sitio de Liberterre (4).

¡¿No es propiamente fantástico que la Terra Preta («tierras negras» creadas por la incorporación de carbón activado, además de restos de vasijas de arcilla y otros materiales carbonados) pueda perdurar en el suelo durante miles de años (aún más, en zonas tropicales, en las cuales el lavado es tal que los suelos son generalmente muy pobres) y “regenerarse” naturalmente con el paso de los años?! Un gramo de carbón activo posee una superficie “interna” de 500 metros cuadrados.

Ya hace años que hemos puesto en aplicación las “Terra Preta” en el sur de la India: por espacio de una temporada, los cultivos de leguminosas crecen hasta 20 cm. de altura, en suelos muy pobres, y a 1m50 en los mismos suelos enriquecidos con esos carbones de leña activos.

La auto-regeneración de los suelos agrícolas por medio de los carbones de leña activos: es verdaderamente todo un programa político.La especie humana está ahora confrontada con una elección fundamental: la Revolución Biológica por el Carbono o el Necro-Codex Alimentarius de las multinacionales mortíferas. La Vida o la Muerte.

¡Vamos Daniel, (5) un poco de valentía, lánzala, esta Revolución del Carbono, será pura felicidad! La posteridad se acordará de ti con el nombre de “Dany el Carbonero”. Si hay que escoger, un día, entre los hermanos NiCO2 (6) y Dany el Negro… Con el fin de que la Revolución Verde ya no sea más la del color del dólar, sino la auténtica Revolución “Negra” de los suelos agrícolas.

¡Carbono, mi amor!

Dominique Guillet. El 14 de septiembre 2009

Traducción de Mayra Marin y de François Aymonier


[1] Secretaria Nacional del Partido Ecologista Francés (Partido de los Verdes)

[2] Presidente de la República Francesa

[3] El « Grenelle Environnement » fue un conjunto de encuentros políticos organizados en Francia en octubre del 2007, por el gobierno de Nicolás Sarkozy, con el pretendido objetivo de tomar decisiones a largo plazo en materia de ambiente y desarrollo sostenible, en conjunto con organizaciones ecologistas escogidas por ese mismo gobierno.

[4] www.liberterre.fr

[5] Referencia a Daniel Cohn-Bendit, eurodiputado del partido de Los Verdes y copresidente del grupo parlamentario Los Verdes. Antigua figura del movimiento social de Mayo 68, en Francia, durante el cual la prensa lo llamaba “Dany el Rojo”.

[6] Referencia al nombre del presidente actual de Francia: Nicolás Sarkozy.